Me salvo cuando estoy debajo de la mesa, tirando el mantel. me salvo cuando miro demasiado seguido lo mismo, y derrepente... dejo de creer. me salvo cuando lo paso bien el domingo. me salvo cuando ladeo la cabeza, pego la frente a la ventana y empaño el vidrio. ¡DIOS QUIERA QUE YO QUIERA!

martes, octubre 24, 2006

LA DOLCE VITA


6:00 a.m., y Venecia finaliza el verano. El otoño se siente en gotas que caen derrepente, sin aviso alguno. Y nosotros tibios por la primera luz del sol, recibimos eso que cae del cielo como un balde de agua fría que nos viene a recordar que estamos en Venecia.
-¡Levantémonos! Vamos rápido a adueñarnos de Venecia, ahora que todos duermen.- Me dijo R, mientras yo pensaba que sin turistas, ése lugar vacío debía ser lo que para mi significa la exactitud de lo completamente mágico. - Es una almendra confitada bañada en chocolate derritiéndose en mi boca, con tiempo y sin apuro- me dije a mi misma pensando en la asociación de lo perfecto, del goce total.
Recorremos Venecia como es debido, un 18 de septiembre. Lejos de la Patria impulsamos la navegación de un enorme barco de papel que contenía el nombre de 45 poetas chilenos; la bandera flameaba como la mejor flota nacional, allí en Venecia. Juntos lo vimos partir debajo de las sábanas que colgaban del cielo. Fue nuestra manera de iniciarnos en un nuevo viaje. Así lo entendimos los dos, y así lo entiende Espagueti. Sin duda Venecia es el lugar poético fundacional, y estuvimos allí cuando había que estar, ni un día antes ni uno después.
La calle del beso, la calle de la muerte... escritas en italiano se leen tatuándose en mi memoria.
Mientras caminamos uno junto al otro, pero cada uno en lo suyo, somos capaces de oir a lo lejos palabras italianas (nos llegan para hacernos sentir a gusto). – Qué bien se está aquí- pienso mientras respiro hondo, y aliso mi vestido de fiesta (especial y escandaloso a la vez, sin embargo necesario para inaugurar una mañana en Venecia).
Y es el color oscuro de los pilares de la Plaza San Marcos el que me ilumina el alma. Todo se aclara a través de los rostros esculpidos de mujeres de los portones gigantes. Parece como si quisieran salir, o al menos exponer su existencia, las paredes, y las puertas, también oyen, sí... es verdad! De pronto, siento que el café de la izquierda me habla, me dice que he estado ahí antes, en otra oportunidad, y que soy más de ese lado de Venecia que de ninguna otra parte-shhh!... lo sé y no necesito probarlo-.
Nos sentamos en medio de una multitud de sillas y mesas vacías, y somos los únicos y verdaderos protagonistas del presente. En unas horas no estaremos más, sin embargo no importa; estuvimos ahí de verdad, con el cuerpo atravesado por los olores, las luces, una historia que no sabemos contar, porque el encanto del vacío profundo lo llena todo completamente.
No hace falta decir más.

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